Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino
(Julio Verne)
Escucha aquí tu cuento
Hace muchos años, siglos incluso, la única manera de viajar lejos era en un barco. Olvídense de trenes, autos  y aviones. Surcar el mar o nada.
En 1866, naves venidas del Océano Atlántico, también del Pacífico y del Índico, reportaron haber visto una bestia enorme, desconocida y aterradora en alta mar. Que era más grande que una ballena, que destellaba con su piel fosforescente, que de sus agujeros salía vapor en todas direcciones y que luego de aparecer, se convertía en roca o isla y era, por lo tanto, imposible de atrapar, decían.
Encargaron la misión al profesor Aronnax que zarpó en el Abraham Lincoln, un acorazado invencible al mando del capitán Farragut con su asistente, Conseil y el rey de los arponeros, Ned Land.
Los tripulantes, entusiasmados, se sobresaltaban cada vez que veían  una isla, un roquerío, un remolino. Hacían turnos por las noches, no dejaban de mirar el horizonte por si en algún minuto, quizá de pronto. Nada.
Pasó un mes. Y otro. Avanzaba el Lincoln rompiendo pesadamente las olas y pesadamente la tripulación se fue desanimando.
"¡Qué fue eso!" escucharon gritar un día al arponero infalible mientras todo se tambaleaba en el  barco. Corrieron a la cubierta y pudieron ver a la criatura resplandecer bajo el agua. El momento había llegado y era un espectáculo tan hipnótico que se quedaron contemplando cómo el esperado objetivo, se alejaba lentamente rodeado de haces de luz.
-   Es, realmente espantoso - murmuró Conseil.
Cuando salieron del hechizo corrió el capitán a la sala de máquinas y exigió al barco toda su capacidad. Impulsado por una hélice monumental se lanzó a la caza de lo que, sabían ahora, no pertenecía a ninguna especie conocida. Lo vieron lanzar columnas de vapor de más de 40 metros de alto a la distancia. Cada vez que se acercaban, la criatura se apresuraba como propulsada por motores poderosos que la llevaban mucho más allá. La nave aumentaba su potencia. La bestia iluminada se alejaba. Rápido, cada vez más rápido. El Lincoln iba a su máxima capacidad. Los mástiles comenzaron a temblar. Annorax miró el agua sospechando que tarde o temprano tendrían que saltar.
El Capitán decidió ocupar el cañón, pero el proyectil no alcanzó al monstruo. Entonces bajaron la velocidad, a ver si la bestia hacía lo mismo.
Apagaron los motores. Era el momento de Ned. Su arpón voló por los aires y rebotó contra la impenetrable apariencia del monstruo.
No lo hirieron. El arpón viajó marcha atrás, se produjo el silencio más profundo y luego, dos trombas descomunales llenaron de agua el barco con tanta fuerza que empujaron a los tripulantes directo al mar.
Nadaron como pudieron hasta lo que pensaron era la criatura convertida en isla o roca. había anochecido, casi no podían ver, pero descubrieron que estaban sobre un casco de acero, algo enorme hecho por el hombre y, sin hacer más conjeturas, cayeron rendidos.
A la mañana siguiente despertaron cuando ocho hombres los tomaron con firmeza y los arrojaron oscuridad adentro por una escotilla. Los ojos de ninguno de ellos se habían acostumbrado a la falta de luz cuando apareció alguien que con su sola presencia había detenido la respiración de todos y puesto sus mentes en blanco.
Los hombres de Lincoln se presentaron, le hablaron en todos los idiomas que conocían. El hombre de la mirada vacía y aguda no dijo nada.
Estaban indignados y confundidos, pero no rechazaron ni un bocado del banquete que les ofrecieron y luego, sin siquiera preguntarse dónde estaban o hacia dónde iban, se durmieron. "Soy Nemo, el capitán", los despertó el desconocido. "Este es el Nautilus y nadie sale de aquí. Defraudado de la tierra donde los hombres pelean sin motivo, decidí trasladarme al mar. Diseñé este submarino eléctrico con aspecto de monstruo marino para defender mi libertad y habitar el fondo de las aguas sin correr peligro ni ser perseguido. Pero ya ven. Los hombres se entrometen en todo. Ustedes mismos me han atacado".
-    Pensamos que era una bestia, capitán- explicó Aronnax.
-    Siempre piensan que tienen que defenderse, ¿se dan cuenta?- respondió.

El submarino subió a la superficie y centellaban sus placas de acero dispuestas una sobre otra como si fueran escamas de un gigantesco pez.
Cuando descendieron, Nemo los invitó a recorrer los 70 metros de largo del Nautilus, les mostró la cabina donde estaban las hélices, la sala de máquinas, la sala de mapas, todo estaba impecable, todo titilaba bajo luces de colores que indicaban algo. El tiempo desde el que había zarpado el Lincoln y el tiempo que transcurría en ese submarino parecía no ser el mismo.
Cuando estuvieron solos, como por acto de magia, se elevaron los paneles que cubrían los costados y el techo y apareció ante ellos todo lo desconocido. Un fondo marino del que nadie sabía hasta entonces. Colores jamás nombrados, especies que nadie había descrito de tamaños nunca registrados. Mantarrayas diminutas, caballitos de mar gigantes, peces payaso transparentes, anguilas electrificadas con neón. Los rodeaban bosques de coral y bancos de arena sembrados de tesoros que extraían y escondían los hombres de Nemo.
No pudieron resistirse a la invitación de vestirse con trajes y escafandras que los convertirían en anfibios. Se conectaron a interminables tubos de oxígeno, y salieron del Nautilus a recorrer esos bancos, esos bosques sumergidos. Subían y bajaban de la nave para descubrir barcos hundidos, enfrentar langostas colosales, contemplar una ostra de dos metros y conocer el cementerio en el que Nemo sepultaba los hombres que perdía. Pasearon por Atlántida, la tierra desaparecida bajo el agua, cruzaron glaciares azules, llegaron al círculo polar antártico y avanzaron esquivando torres de hielo. Ya ninguno pensaba ahora en huir, maravillados por el universo de Nemo que siempre se quedaba atrás y casi siempre estaba en silencio.
Regresaban de la expedición cuando Land se quedó mirando por una ventana y murmuró: "Calamares gigantes", al mismo tiempo que un ojo tremendo aparecía frente a él y los demás daban un grito despavorido. Casi al instante apareció Nemo con los equipos, hachas para todos y un arpón para Land. Las 250 ventosas que tenía el calamar en cada uno de sus tentáculos, las vencerían cuerpo a cuerpo. No había otra solución.
El calamar hizo bailar sus brazos con rapidez apanicante, las armas no parecían herirlo, aunque lograron cortarle uno, dos, tres tentáculos. La bestia se sacudía intentando atrapar algo. Un submarino, un hombre. Cuando alcanzó a uno de los marineros de Nemo, el capitán se trepó sobre el sumergible y le golpeó la cabeza hasta partirla en dos. El hombre atrapado ya no gritaba, ni respiraba, ni nada. Herido y con la vista perdida, vieron por primera vez a Nemo derrotado.
Días después, Aronnax se armó de valor. Entró en el escritorio de Nemo y le dijo:
-    Llevamos siete meses junto a usted a bordo del Nautilus. Queremos saber si es real su intención de retenernos aquí para siempre.
-    Quien entra al Nautilus no debe salir de él- contestó el capitán.
Aronnax no alcanzó a llegar al camarote, que era en realidad una celda, para dar las malas noticias a los demás cuando una sombra oscureció la elegancia iluminada de la nave. Un barco de guerra los asechaba y antes de pensar siquiera qué venía ahora, escucharon a Nemo ordenarles cerrar la puerta y no moverse de ahí. Aronnax, Farragout, Ned Land y Conseil calcularon que era el momento de huir. Pero entonces escucharon a Nemo rugir: Mi respuesta no tendrá piedad. Y no tuvo.
Con municiones de precisión programada, infalibles a niveles insospechados, hizo añicos el acorazado que fue desvaneciéndose triza a triza hasta el fondo del mar. Nemo regresó, pasó de largo por el camarote y se fue replegando hasta un rincón donde había un retrato suyo con una mujer joven y linda que abrazaba a una niña y a un niño. Cayó frente al cuadro de rodillas. Y lloró.
Ni las especies monstruosas, ni el peligro de la guerra, ni el llanto de Nemo liberaron a los prisioneros. Sólo una arremolinada tormenta los alentó a abandonar las profundidades marinas a riesgo de perder la vida. Los salvaron unos pescadores que los encontraron a la deriva a punto de morir. En el viaje hasta la orilla escucharon fascinados los balbuceos aturdidos sobre un capitán que detestaba a los hombres de tierra firme.
Cuando se repusieron, regresaron a casa en silencio. Ya nada se acordaba de la bestia submarina.
Desde entonces, cada cierto tiempo, un barco acusa el ataque de un ser descomunal, acorazado por escamas brillantes que pareciera dirigirse a toda velocidad hacia ninguna parte. Cada vez que eso sucede, alguien piensa en el capitán Nemo.

*Versión Bárbara Espejo
Back to Top