El Patito Feo
(Hans Christian Andersen)
(Hans Christian Andersen)
Escucha aquí tu cuento
La señora pata se levantó canturreando como siempre, pero ese día, un poco más fuerte y también un poco más agudo. Estaba nerviosa. Se dio un chapuzón en el estanque y rápidamente volvió al nido.
Contó los huevos. 1, 2 ,3 ,4 ?y 5? Volvió a contar y sí, definitivamente eran cinco, aunque ella estaba segura de que siempre habían sido cuatro.
Sonrió pensando cuán distraída se había vuelto con la edad mientras lentamente empezaba a acomodarse sobre el nido cuando: crack, el primer huevito comenzó a crujir y a trisarse, luego otro, y el tercero y el cuarto. Casi al mismo tiempo salieron cada uno picos, patas y un montón de plumas de pato, todo brillante, amarillo e idéntico. La pata dio un suspiro, acercó con su ala a cada patito y luego lanzó un graznido emocionado para avisar al resto de los animales que las esponjosas criaturas ya estaban ahí.
Todos estaban encantados y felicitaban a la madre por su nueva camada cuando de repente un estruendoso CRACK hizo que todos miraran al mismo tiempo en la misma dirección. El quinto huevo comenzaba a abrirse. Más lento, pero más ruidoso que los demás, se fue desmoronando hasta mostrar quién lo habitaba. Un puñado de plumas desordenadas y grises trataron de encontrar sentido en un cuerpecito desgreñado, coronado por la punta del huevo que quedó sobre la cabeza como gorro de cumpleaños y luego, inclinado un poco su cuellito chueco, dijo con su pico negro: ¿hola?
La pata intentó disimular su sorpresa, pero en vez de saludarlo de vuelta dijo: ¿quién eres?
El estanque pareció congelarse, los juncos se detuvieron, los animales dejaron de respirar por un momento hasta que la experimentada madre salió del paso con un zapateo magistral de gualetas y dijo: ¡al agua, mis patos! Y todos sus patos la siguieron. También el último en nacer que, apenas se asomó a la orilla, pudo ver a qué se debía el alboroto. No se parecía en nada a sus cuatro hermanos. Ni a su mamá, ni al resto de los patos del lugar, ni a nadie que estuviera ahí. Agachó su cabecita de pelusas y retrocedió. Sólo algunos alcanzaron a escucharlo musitar: yo no quiero nadar.
Se alejó despacio, con discreción de quienes se han equivocado de fiesta y avanzó cabizbajo hasta la granja que quedaba al otro lado del estanque.
La dueña lo miró al comienzo como tratando de descifrarlo y casi le dice que se marche cuando una idea atravesó su cabeza como un rayo. Una sonrisa a medias apareció en su cara y mientras estiraba sus manos temblorosas para tomarlo, masculló, "quédate aquí patito feo, haré de ti un festín".
El patito podía ser feo, pero muy astuto y rápidamente entendió las intenciones de la mujer. Determinado a no convertirse en el almuerzo de sus invitados empezó a aletear y en una escandalosa maniobra logró liberarse del brazo fatal de la anciana. Después de un par de tropezones recuperó su andar y avanzó como una flecha.
En su camino se encontró con otro animales que le daban pistas dónde podría encontrar un nuevo lugar para vivir y con niños que intentaban atraparlo, le daban besos en sus plumas, le hacían cosquillas en sus patitas palmeadas, lo apretaban con fuerza de puro entusiasmo y le prometían comida, casa y amor eterno, pero el patito feo seguía tan triste que sentía que no podía responder a todo eso, que solo estaría mejor.
Siguió avanzando bosque adentro, cada vez más oscuro, cada vez más difícil. Y luego vinieron el viento y el frío y la lluvia y el patito feo se rindió. Buscó un refugio cerca de un árbol, y se durmió. Cuando despertó, habían pasado tantos días que el bosque estaba lleno de flores, el sol atravesaba las copas de los árboles y una tibieza nueva le sopló la cara al patito feo.
Escuchó a lo lejos piqueros y risas. Escondido entre la hierba se fue acercando hasta descubrir un estanque donde un grupo de elegantes y preciosos cisnes ensayaban sofisticadísimas piruetas. El patito feo, retrocedió.
Escuchó a lo lejos piqueros y risas. Escondido entre la hierba se fue acercando hasta descubrir un estanque donde un grupo de elegantes y preciosos cisnes ensayaban sofisticadísimas piruetas. El patito feo, retrocedió.
- ¿Escuchaste eso? - dijo la más joven que estaba cerca de la orilla.
- ¡Sí! ¿Quién anda ahí? - quiso saber su amigo justo antes de dar un brinco y caer tras un giro al agua.
- ¡Sí! ¿Quién anda ahí? - quiso saber su amigo justo antes de dar un brinco y caer tras un giro al agua.
El patito feo se asomó con timidez.
- Hola, soy yo. Sólo pasaba por aquí, pero ya me voy - saludó y se disculpó, intimidado por la belleza de los cisnes.
- ¡No te vayas! Acabamos de empezar, quédate a practicar con nosotros.
- Pero es que yo no...
- ¿Tú no qué? No te hagas, con ese cuello y esas alas, tus saltos ornamentales deben ser una maravilla - intento adivinar la jovencita.
- Ja. No. Qué cuello, qué alas. Sólo tengo estas plumas desvanecidas.
- ¡No te vayas! Acabamos de empezar, quédate a practicar con nosotros.
- Pero es que yo no...
- ¿Tú no qué? No te hagas, con ese cuello y esas alas, tus saltos ornamentales deben ser una maravilla - intento adivinar la jovencita.
- Ja. No. Qué cuello, qué alas. Sólo tengo estas plumas desvanecidas.
Los cisnes se miraron entre ellos y se rieron. Pensaron que el patito feo bromeaba. "¡Ven!" insistieron todos.
El patito feo se acercó a la orilla para no ser descortés y justo cuando iba a explicarles por qué estaba tan triste, descubrió su reflejo en el agua.
No se reconoció el pato gris y desaliñado del primer estanque porque lo que vio fue un apuesto cisne. Sacudió su cabeza y cuando volvió a mirar entendió que ¡ese era él! En nada se parecía a sus amarillos hermanos del nido porque había nacido para ser cisne y girar en ese estanque con otros magníficos cisnes como él.
*Versión Bárbara Espejo